
Quédate ahí, quieto. Yo asustado me pegué a la pared para que no pudiera pasarme nada. Te he dicho que te estés quieto. Entonces mis brazos se hicieron de madera. Mi cabeza de madera. Mi boca y mis ojos de caucho pintados por alguna puta hada que pasaba por allí. Mis articulaciones engranajes. Mis oídos se silenciaron. De mis brazos hilos que no podía ver donde terminaban. En mi corazón se paraba el tambor. Me quedé quieto. Inanimado. Esperando que alguien me cogiera para poder moverme, para poder ser persona. Me quedé peor que un autómata o un muñeco de trapo. Ya no me dolía no sentir. Porque sentiría lo que la persona que me usara querría que sintiera. Ni quedarme quieto contra la pared sirvió de algo. Yo ya dependía de lo que los demás quisieran que yo fuera
No hay comentarios:
Publicar un comentario