Praga es un falso escenario. Nada es de verdad. De hecho se huele el cartón piedra de sus edificios y la ceniza falsa que han esparcido por encima de sus fachadas, para parecer antiguos.
Es una ciudad sin alma, toda decorada y envuelta al turismo. No puedes ver la normalidad de los habitantes, porque su normalidad gira en torno a la normalidad del turista. Todo detalles, todo lleno de ohh! aaah!!!, pero no respira.
Te lo dan digerido y dirigido. La catedral es una cárcel del demonio. Da miedo.
Yo no creo en dios, pero si creyera pensaría no quiero estar al lado de un dios que habita en un templo así, de oscuro y de sanguinolento.
Su parte buena son los paseos que permite, pero van acompañados de empujones, porque todos los turistas del mundo estan disfrutando al mismo tiempo del parque de atracciones del turismo que es Praga. Un delicioso bombón amargo, que embriaga, pero produce ardor.
Es de visita obligada, de paso, pero no de estancia larga. Quedaríamos pendientes de un profundo viaje hacia sus cloacas, de donde surgirá la verdadera belleza de la ciudad. Pero no se ven a simple vista y quizás esa asignatura pendiente, permitan un segundo viaje, una segunda lectura.
