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... La calle estaba vacia. Había llovido tanto, que las piedras resbalaban mucho. Por lo que estuve parado durante unos segundos. Empecé a confundir las gotas con mis lágrimas. Las lágrimas se empezaron a enderezar camino a mi boca. Dentro de mi boca crearon un imaginario de amargura y desesperación. Esas lágrimas formaron una pequeña constelación, sin iluminarme.
Alcé la vista y pese a estar completamente mojado, empecé a andar, sin parar. Me ardían las mejillas, de mi piel salía fuego, un fuego que se desnudaba en si mismo. Lo palpé. Según acariciaba ese calor, se deshacía en el agua que quemaba mis dedos.
Y así caí en una vorágine de miedos y sombras. De la que salgo para quemar mis temores, pero que no dejan de evaporarse y reinventarse en mi piel, haciendo que mi cabeza tenga la sensación de no bajarse de un carrusel....